A veces, uno tiene ganas de viajar. Por la razón que sea, está harto del lugar donde vive, y le entra el barrunto de que le hará bien cambiar de aires. Otras veces, la perspectiva de viajar se antoja inoportuna y desalentadora. En definitiva, uno se va a otra parte y el mundo sigue siendo el mismo, porque es el mismo el que lo mira, y lejos de casa ni siquiera se tiene el consuelo de las pequeñas cosas familiares que le ayudan a uno a construir la ficción de que sabe dónde está y por qué. Aquella tarde de febrero, quizá porque era gris y fría y porque debía pedirle un favor a mi ex mujer, mi estado de ánimo era más bien el segundo. Pensaba en hacer la maleta y en lo que iba a meter en ella como una penitencia insoportable.
En París no había pastelería en la que no asomara en sus mostradores una de estas tartaletas. La recreé montando (con las mismas cantidades que encontraréis pinchando en los siguientes enlaces) la pâte sucrèe de la la tarta sufflè, con la crema pastelera que hago para los profiteroles y coronada de frambuesas. Bien fría antes de consumir y espolvoreada con azúcar en polvo en el momento de servir.
¿Y de la costumbre al otoño? Ay, ¡qué rebonito!
ResponderEliminarbuenísima!! tienes toda la razón, encontrar el consuelo en la vuelta es una tarea ardua pero siempre acabas adaptandote. Hoy en Tapia hace un día espectacular, mañana a trabajar, horrorrrrrr
ResponderEliminarQue pinta tan buena.
ResponderEliminarLos viajes siempre enriquecen y, a veces, se saborean a la vuelta. Yo tengo aún el sabor de esa bendita tierra de frontera entre Galicia y Asturias, dos de mis paraísos.
Una receta estupenda!