domingo, 25 de agosto de 2013

Tartaleta de frambuesas.

A veces, uno tiene ganas de viajar. Por la razón que sea, está harto del lugar donde vive, y le entra el barrunto de que le hará bien cambiar de aires. Otras veces, la perspectiva de viajar se antoja inoportuna y desalentadora. En definitiva, uno se va a otra parte y el mundo sigue siendo el mismo, porque es el mismo el que lo mira, y lejos de casa ni siquiera se tiene el consuelo de las pequeñas cosas familiares que le ayudan a uno a construir la ficción de que sabe dónde está y por qué. Aquella tarde de febrero, quizá porque era gris y fría y porque debía pedirle un favor  a mi ex mujer, mi estado de ánimo era más bien el segundo. Pensaba en hacer la maleta y en lo que iba a meter en ella como una penitencia insoportable.

La niebla y la doncella. Lorenzo Silva.




De cada viaje vuelve uno rumiando la posibilidad de otras vidas que por unas semanas se intuyeron casi tan propias que parece no haber consuelo para la vuelta. Uno deja de ser el que fue durante esos días para volver a ser el de antes. Se va pasando poco a poco de la nostalgia a la alegría, de la alegría a la costumbre y de la costumbre al otoño. Hoy se trataba de conseguir un bocado dulce para la vuelta a casa.

En París no había pastelería en la que no asomara en sus mostradores una de estas tartaletas. La recreé montando (con las mismas cantidades que encontraréis pinchando en los siguientes enlaces) la pâte sucrèe de la la tarta sufflè, con la crema pastelera que hago para los profiteroles y coronada de frambuesas. Bien fría antes de consumir y espolvoreada con azúcar en polvo en el momento de servir.